Una de las cosas sobre las que no se suele hablar mucho cuando estás embarazada es el postparto (y mucho menos, de la depresión postparto). Sí, te suelen contar con detalle los partos que se han vivido y casi siempre te advierten lo mal que lo vas a pasar tú. O te avisan de que dormirás poco cuando nazca tu bebé y lo mucho que va a cambiar tu vida. Y tú vas haciéndote una idea de lo que se te viene encima, centrándote más en lo trascendente de dar a luz que en lo que viene después.

Se supone que una vez tengas a tu bebé, serás la mujer más feliz del mundo. Tienes que estar muy agradecida si todo ha ido relativamente bien durante el parto, o si a pesar de haber sufrido un parto traumático, tu bebé está sano. Y ya ni os cuento si encima »te han dejado» adoptar la postura más cómoda, o han respetado tu periné. ¿Pero qué pasa si a pesar de que todo haya salido bien no sientes esa felicidad que se espera de ti?

Hay varias razones por las que puedes sentirte muy triste después de dar a luz a un bebé vivo. No quiero opinar ni escribir sobre la pérdida de un bebé recién nacido por respeto a quienes han pasado por eso. No puedo imaginar ni minimamente el dolor que se debe sentir y no tengo la capacidad para hablar de ello. Así que hoy quiero decirte que no estás sola. No eres rara, ingrata ni un caso aislado. Le pasa a más mujeres de las que creemos pero a todas nos suele costar reconocerlo por miedo a que nos juzguen o a que no nos entiendan. Algunas de las razones por las que puedes sentirte así son:

Violencia obstétrica o parto maltratado

Al día siguiente de dar a luz y estando todavía en el hospital, me puse a llorar sin saber por qué. No podía controlarme. Mi bebé estaba bien y yo también. Había sido un parto muy largo, muy duro y muy triste, pero todo había salido mejor de lo esperado. La ginecóloga que vino a ver si – físicamente – todo estaba bien, me miró con cara de horror al verme llorar, y le dije, inocentemente: »no es nada, ya se me pasará». Y desde ese día y durante cuatro semanas más, lloré y lloré sin saber porqué.

Por las mañanas me levantaba de mejor humor, aún habiendo dormido poco. Pero al caer la tarde me entraba una tristeza que no he sentido nunca.  Muchos días temía que llegara la tarde: era como un reloj. Pasaban las 6 y me hundía en la pena: pensaba en la fugacidad de la vida, en la inminencia de la muerte, en la gran responsabilidad que recaía sobre mi como madre, en la fragilidad de mi bebé, en la inseguridad de nuestras relaciones, en el miedo a perder a mis seres queridos…Básicamente, todos mis miedos, mi sombra, mis temores, salieron a la luz. Y también recordaba mi parto, las palabras de la matrona que me atendió, su brusquedad, su falta de tacto, mi vulnerabilidad y la de cientos de mujeres. Me daba rabia y pena el dolor y maltrato hacia mi madre, mis abuelas y todas las mujeres de mi vida. Y no había quien me consolara durante al menos dos horas.

Podéis imaginar cómo me sentía de sentirme así (qué útiles los juegos de palabras). Sobre todo si mi bebé estaba despierto. Me entristecía muchísimo más mirarle y no sentirme contenta en ese momento, como se esperaba de mí. Después de un mes y a medida que la vida empezó a estabilizarse y el recuerdo de mi parto a desvanecerse, cada día lloraba un poco menos hasta que al final no lloré más. Pero tardé mucho en sentirme otra vez yo, en sentir felicidad, y ahora, echando la vista atrás y habiendo cumplido mi peque ya 4 años, puedo asegurar que tenía una depresión postparto de caballo que nadie supo diagnosticar, porque ni si quiera yo me imaginaba que eso pudiera pasar.

Meses después, me encontré con este documento y lo entendí todo. Yo, como probablemente tú también, he sufrido síndrome de estrés postraumático como secuela obstétrica. Si prefieres un resumen del estudio y saber si tú también has padecido esté trastorno, puedes leer esto y responder a las preguntas que se hacen. ¿Cuántas mujeres han pasado y pasarán por esto sin nisiquiera saberlo?

Mi segundo parto fue bastante mejor, y en cierta medida sanador. Aún así, pasé los dos o tres primeros meses muy, muy deprimida. No lloré, porque no me daba la vida. Pero estaba verdaderamente desganada.  No le veía el sentido a la vida. Estaba agotada, con otro bebé grande que cuidar, y sin dormir prácticamente nada porque mi segundo hijo lloraba día y noche (a pesar de la teta, a pesar del porteo, a pesar de todo). Tenía el apoyo de mi pareja, aunque él nunca me entendió verdaderamente. Un día me abrí y le expliqué cómo me sentía hacia mi bebé recién nacido (que era, en parte la razón por la que no dormía más de 40 minutos seguidos). Él reaccionó muy negativamente y me quedé sin mi mayor apoyo en ese momento. Gracias a que busque a una excelente psicóloga perinatal (con la ayuda financiera de mi padre, al que agradeceré infinitamente haberme apoyado en ese momento), salí del hoyo en muy poco tiempo.

Expectativas del parto

El punto anterior y este tienen mucha relación. Muchas de nosotras pasamos 9 meses imaginando cómo será ese momento, acudiendo a clases de preparación, leyendo y escuchando relatos de otras madres y casi siempre nos vamos forjando una idea de cómo será nuestro parto. Se juntan los deseos con los miedos, las ganas de que sea de una forma específica con el temor de que no suceda así. Y llega el día y a veces todo es igual o mejor de lo imaginado, y otras (muchas otras) no tiene nada que ver: puede ser simplemente diferente a lo esperado, o puede haber ciertas complicaciones o situaciones que nos dejen un recuerdo amargo o hasta traumático de ese día. No en vano, hay ciertas autoras que equiparan el día del parto con el día  de nuestra muerte. Es inminente, es incontrolable, es inaplazable. 

Si tu caso es parecido al mío, y tu parto finalmente no fue cómo deseabas, es posible que esto pueda afectar a tu ánimo. Obviamente, todo depende de cada persona y de cómo nos afectan ciertas situaciones.

Depresión postparto tristeza

Expectativas de la maternidad

Si es tu primer hijo, esto aplica todavía más. Con el segundo a mi también me pasó un poco: creía que todo iba a ser más sencillo de lo que fue, quizá por esperanza, quizá porque verdaderamente se me había olvidado lo que era tener a un recién nacido dependiente de ti todo el día, toda la noche, toda la semana y de forma indefinida. En nuestra sociedad, estamos poco acostumbradas a la maternidad. Cada vez menos gente tiene hijos, la que los tiene suele usar las guarderías y se ven pocos niños en la calle durante el horario laboral. Si hay alguno, muchas veces está acompañado de sus abuelos.

Si a eso le sumamos las series de TV, las referencias de personas famosas o adineradas, y lo poco (o mucho) que pueden haber compartido con nosotras sus experiencias nuestras madres o mujeres cercanas, se crea un ideario lejos de la realidad que según tienes a tu bebé en los brazos se evapora.

Hay momentos preciosos, claro. Hay cosas increíbles. Pero es innegable que la maternidad es dura, es agotadora, es disponibilidad casi absoluta, es renuncia, es aceptación, es invisibilidad, es única. Y todo esto puede hacerte sentir perdida, triste, desanimada. Y es nomal.

Cansancio y sueño

Súmale, a todo lo anterior, el cansancio inverosímil e inexplicable después de un embarazo y un parto y noches de poco dormir. Yo misma creía que haciendo colecho este último punto estaba resuelto. Nada más lejos de la realidad. Sí, por supuesto que existen bebés que duermen varias horas del tirón. Yo solo conozco un caso. Y cuánto me alegaba por ella, cuando esa mamá me preguntaba si era normal, si debía despertarla. Todas las madres alrededor, casi al unísono, le decíamos: ¡¡ni se te ocurra!! ¡¡Disfruta mientras dure!!

DIciéndolo claro: tus noches nunca vuelven a ser como antes (al menos durante los primeros meses/años de maternidad): tomas infinitas, despertares, cacas nocturas, pises, pijamas que se mojan, preocupaciones, mocos, toses, dientes, fiebres…En mi caso esto es lo que más ha afectado (y afecta) mi ánimo. Hay veces que no sé si he dormido más de 1 hora seguida en algún momento de la noche. Y te levantas cansada, con necesidad de más horas de sueño, pero con un ser que necesita de ti. Así que la vida sigue, y tú como puedes con ella. ¿Lo positivo? Llega un momento, cerca de los 3 años, en los que se va viendo la luz al final del tunel. Y es verdad lo que dicen (ahora afirmo en retrospectiva): los días pasan lentos y los años muy rápido.

Cómo superar la tristeza

Llegó un momento en el que la tristeza dio paso a la aceptación, a la vuelta paulatina de la normalidad. A periodos de alegría cada vez más frecuentes. Con mi primer hijo, tardé cerca de un año y medio en empezar a sentirme como antes de ser madre. Con mi segundo, cuatro meses después del parto ya había superado la tristeza, gracias, principalmente, a la ayuda de una psicóloga especializada.

Otras cosas que me ayudaron fueron escribir sobre mis partos, compartir con otras madres y acudir a grupos de crianza e intentar entender qué podía aprender de cada situación.

Si te sientes triste después de tener un hijo, debes saber, ante todo, que no estás sola. Somos muchas las que hemos pasado por ello, y seguro que varias madres que te rodean se han sentido o se sienten así. La Asociación el Parto es Nuestro da una serie de tips para buscar una solución, que puedes consultar aquí.